Todos los días, después de la misa de la tarde, se retiraba durante largo tiempo en la iglesia oscura. Sólo la lamparilla lanzaba destellos titubeantes de luz, transformando las estatuas muertas en fantasmas vivos y las columnas erguidas, en extrañas brujas. Y allí se quedaba, impasible, fijos los ojos en el tabernáculo, hasta que llegaba el sacristán a cerrar la iglesia.
Un día fui a buscarlo a la iglesia. Le pregunté de golpe: "Hermanito, (no voy a revelar su nombre porque lo entristecería), ¿sientes a Dios cuando después del trabajo te metes a meditar aquí en la iglesia? ¿Te dice algo?"
Con toda tranquilidad, como quien despierta de un sueño profundo, me miró de medio lado y me dijo:
"No siento nada. Hace mucho tiempo que no escucho la voz del Amigo (así llamaba a Dios). La sentí un día. Era fascinante. Llenaba mis días de música. Hoy no escucho nada. Tal vez el Amigo no volverá a hablarme nunca más".
Le respondí: "¿entonces por qué sigues ahí en la oscuridad sagrada de la iglesia?"
"Sigo -contestó- porque quiero estar disponible. Si el Amigo quisiera venir, salir de su silencio y hablar, yo estoy aquí para escuchar. ¿Te imaginas si Él me quisiera hablar y yo no estuviera aquí? Pues, en cada ocasión, viene sólo una vez... ¿Qué sería de mí, infiel amigo del Amigo?"
Sí, él continúa siempre "esperando a Godot". "Y no se mueve", como en la obra de Samuel Beckett.
Lo dejé en su plena disponibilidad. Salí maravillado y meditando. Gracias a estas personas el mundo está a salvo y Dios continúa manteniendo su misericordia sobre los que le olvidan o le consideran muerto, según dijo un filósofo que se volvió loco. Pero existen los que vigilan y esperan, contra toda esperanza esperan a Godot. Y esta espera hará que cada día todo sea nuevo y lleno de jovialidad.
Un día el sacristán lo encontró inclinado sobre el banco de la iglesia. Pensó que dormía, pero notó que el cuerpo estaba frio y rígido.
Como el Amigo no venía, él fue a encontrarlo. Ahora ya no necesita esperar la llegada de Godot. Estará con el Amigo, celebrando una amistad, en el mayor goce imaginable, por los tiempos sin fin.