En el Mundo Árabe el hermano Carlos es un símbolo del diálogo islámico-cristiano.
Su espiritualidad se percibe hoy en la misma situación que vivió Carlos de Foucauld. Los cristianos son una minoría, a veces en solitario, en una mayoría de musulmanes.
Musulmanes y cristianos creen los dos en un solo Dios: unidos en una misma fe pero distintos en esta misma fe, separados en esta fe en un solo Dios, diferentes en su relación a Dios y en su forma de comportarse y de sentir hacia los hombres, principalmente hacia "los otros hombres" los que no tienen su religión.
Esta diferencia de sus convicciones religiosas se nota en su práctica cotidiana. Es un diálogo vivido, expresado más en los actos que en las palabras. Es un diálogo de vida, de aspiraciones profundas, a menudo inconscientes pero muy reales.
Es el "Foucauld interreligioso"en contacto con sus hermanos musulmanes, que está en el centro de la preocupación en el mundo árabe.
En América Latina la situación es muy distinta. Aquí el hermano Carlos se ha convertido para las fraternidades, para la Iglesia y para la sociedad un símbolo de la opción preferencial por los pobres, los marginados y los excluidos de la sociedad, del sistema.
Es el signo de una opción, de una decisión por y con los estructuralmente pobres, sus luchas, sus problemas; un compromiso dirigido al pobre y a su lado.
El hermano Carlos es símbolo de una Iglesia al lado de los trabajadores, de los inmigrados, de las mujeres, de los indígenas, los más abandonados; una Iglesia pobre y de los pobres, de una Iglesia de las víctimas de la sociedad y de la injusticia estructural.
Los torturados y los desaparecidos son el signo más extremo de la situación porque son el resultado de las luchas internas de la sociedad. Foucauld es símbolo de una Iglesia, no de las catedrales, sino de las "chozas", de los grupos de base más que las grandes parroquias bien organizadas.
Otra situación y otra imagen del hermano Carlos es la de África, sobre todo en la región de los Lagos, en el Congo Democrático y en Rwanda.
En estos conflictos violentos, en las guerras genocidas, en este mundo de los expulsados, de los refugiados, de los abandonados, de los huérfanos, y en medio de la violencia, Carlos de Foucauld es un símbolo de la no-violencia, de no-venganza, de ocuparse de los que no tienen nada; es un símbolo para superar los límites del grupo de la etnia, de su situación para ir hacia la universalidad del herido, del que "cayó en manos de salteadores que, después de despojarlo y golpearle, se fueron dejándole medio muerto". (Lc 10,30)
Pero Foucauld también es signo de la fuerza no violenta de la fe, de una contrafuerza contra toda forma de fuerza armada.
De esta situación y de esta opción la oración y la adoración reciben un sentido nuevo, una dimensión nueva, un significado inaudito. Una práctica de costumbre se transforma en un recurso nuevo.
De Asia no hubo nadie que pudiera hablarnos del rostro del hermano Carlos en Asia.¿Y en Europa? ¿En sus diferentes países? ¿Qué palabra clave encontraríamos: hermano universal, vida escondida de Nazaret, gritar el Evangelio con la vida, contemplativos en el compromiso, abandono hasta el fin... No hubo una respuesta clara.
Foucauld era francés, pero quiso ser hermano universal. Con esta intención realizó un cambio continuo de su voluntad a la realización de la voluntad de Dios, un cambio siempre renovado.
De hecho hay un solo hermano universal: Jesús. Pero como en la familia cada hermano tiene su propia relación con el hermano mayor y empieza a aprender a actuar como hermano a partir de esta relación y de su situación y su personalidad, de esta forma también nosotros podemos aprender a vivir como hermanos universales: a partir de Jesús y de nuestra situación y personalidad.
La pregunta es: ¿cuál es el rasgo prioritario del hermano Carlos que descubro, con mi fraternidad y en mi país y que me gustaría vivir?
Josef Freitag